Excapitán del ejército norcoreano, Kim Joo-il logró desertar en el año 2005 y ahora es uno de los poco más de 600 refugiados norcoreanos registrados en Reino Unido. Una noche de agosto nadó durante cuatro horas por el río Tumen para llegar a China. Pasaría por Vietnam, Camboya y Tailandia antes de asentarse, dos años después, en New Malden, una pequeña localidad al oeste de Londres donde vive junto a su esposa y sus dos hijos. En Inglaterra dirige la publicación digital Free NK, «un diario para la democracia en Corea del Norte» a través del cual busca un cambio de régimen.
«Se necesita una revolución, pero la gente precisa una iluminación. Tiene que haber una combinación para que exista una revolución democrática adecuada, es difícil que pase ahora», reconoce Kim Joo-il en una entrevista a BBC Mundo.
A los 32 años Kim consideró que ya había tenido suficiente y decidió ser uno de los casi 30.000 desertores del régimen, de los cuales se estima que 23.000 viven en Corea del Sur. Necesitó tres intentos antes de lograrlo porque cada vez que se mostraba decidido a marcharse pasaba a despedirse de sus padres, en la provincia limítrofe de Hamgyong del Norte, y se resistía a abandonarlos. Sabía que ser descubierto no sólo implicaba su ejecución sino el castigo para su familia.
Para ir a la universidad basta con ser fiel al régimen
Como capitán del ejército, al que se unió en 1992, debía recorrer diferentes partes del país, visitar a soldados en remotos puestos y comenzó a comprender los excesos del régimen, el sufrimiento generalizado, y el lavado de cerebro que comienza en la escuela, donde un tercio del programa estudios está dedicado a la idolatría, en aquel momento del fundador de la República, Kim Il-sung, abuelo del actual líder.
Es además en el colegio donde una vez a la semana se deben citar de memoria las enseñanzas del Gran Líder, fallecido en 1994 tras un mandato de 46 años, y donde los problemas de aritmética se hacen con la cantidad de tanques estadounidenses destruidos a manos de soldados norcoreanos.
Lo que realmente importa según Kim es mostrarse fiel al régimen y no tanto los conocimientos académicos que no aseguran el acceso a la universidad, al contrario que mostrarse como un ferviente seguidor del régimen.
«No había información del mundo exterior, no había forma de cuestionar lo que nos decían», asegura Kim, que en la actualidad tiene 40 años. De hecho el motivo por el que los norcoreanos quieren ir a una guerra en medio de la tensión que vive la península es que «tanto los civiles como los soldados sufren por la situación económica. Y quieren cambiar eso. Van a morir de todos modos así que, ¿por qué no tener una guerra?».
Este motivo es, según Kim, la razón por la que la sociedad no ve con malos ojos la retórica de su líder, Kim Jong-un, quien, desde que la ONU impuso en marzo nuevas sanciones al régimen por su ensayo nuclear, ha puesto en alerta a Estados Unidos y Corea del Sur, y a su aliado China.
«Les enseñan a pensar que pasan hambre por culpa del mundo exterior. Y necesitan un arma nuclear para luchar y dejar atrás las dificultades. A las autoridades, que están cómodas en sus puestos y con su estilo de vida, les sirve hablar de conflicto: distraen a la gente, intentan que olviden que comen una vez al día, pero no quieren concretar sus amenazas porque buscan forzar el diálogo con otros países para recibir ayuda», añade.
«Para reconstruir a Corea del Norte se necesita sacrificio. Y si yo no me sacrifico, no puedo pedir el sacrificio de los demás», añade el norcoreano. «Los desertores queremos cambiar Corea del Norte, es la forma ideal de hacerlo. Sabemos qué está pasando, si nos podemos organizar, podemos alcanzar a la sociedad norcoreana».
No obstante, desde que Kim Jong-un alcanzara el poder a finales de 2011 a la edad de 27 años tras la muerte de su padre Kim Jong-il, activistas de derechos humanos y funcionarios surcoreanos aseguran que se ha complicado aún más abandonar el país, según señala el diario estadounidense ‘The New York Times’.
Una vidad sistematizada, llena de dificultades
La pobreza generalizada en la que se vive hace que sea practicamente imposible reunir el dinero para salir de Corea del Norte y el endurecimiento de los controles en la frontera con China hizo que el año pasado se redujera un 44 por ciento la cantidad de refugiados norcoreanos que llegaron a Corea del Sur, que en total fueron 1.509.
Además, cruzar el límite entre Corea del Norte y Corea del Sur implica atravesar la Zona Desmilitarizada de Corea, de 238 km de longitud y 4 km de ancho. Una tarea casi imposible que, no obstante, supone el camino hacia la libertad.
«Estaba tan adaptado al ambiente que era natural ver morir a familiares y amigos de inanición. Sólo cuando deserté, en ese momento me di cuenta de lo doloroso que había sido», afirma Kim que recuerda una vida “sistematizada”, llena de dificultades económicas.
El día que logró escapar evitó pasar por la casa de sus padres para despedirse. Tenía 32 años. Ellos siguen en Corea del Norte, junto a su hermana y hermano. «Se necesita coraje. Y curiosidad».