Uno de los puntos que tienen en común todas las empresas sociales es la aplicación de unos criterios empresariales donde predominan los valores y el objetivo de una justicia social, lo que implica una transparencia en la gestión y una valoración especial del ser humano como mano de obra. Aparece pues, como una característica diferencial la aplicación de sueldos competitivos y jornadas de trabajo razonables, siempre en consonancia con su imprescindible sostenibilidad financiera.
“El emprendimiento social genera puestos de trabajo de calidad y estables, seguramente porque sus valores y su visión de un futuro pensado para toda la sociedad, son elementos que se impregnan en todo su modelo de negocio, desde los trabajadores hasta los colaboradores externos. Seguramente, habrá empresas convencionales que también destinen una parte importante de su beneficio a la reinversión en el propio negocio pero que sus puestos de trabajo no son de calidad: son contratos provisionales y quizás con unas condiciones que rozan los límites de la legalidad”, explica la coordinadora de Momentum Project de Esade-BBVA, Olga Porro, que cada año escoge, forma y financia distintos proyectos de emprendimiento social en España, México y Perú.
Los 23 proyectos de innovación social – empresas o fundaciones – creados en España al amparo de la Fundación Ashoka cuentan con una antigüedad superior a los diez años, lo que implica mantenimiento de empleos y sostenibilidad económica. “Un tema importante que apoya este fenómeno puede ser la retención del talento. El saber que cumple una misión social permite al trabajador integrarse más en la empresa y rendir mejor al tener motivaciones por encima del sueldo o el reconocimiento”, explica el presidente de la Asociación Española de Emprendedores Sociales, Braulio Pareja.
Otra cuestión que influye es el hecho de que – algunas de estas empresas – no repartan beneficios, lo que permite una reinversión constante que se puede traducir en una mayor mano de obra. Un estudio realizado en 2003 por el Observatorio de Emprendimiento Global del Reino Unido afirma además que “los emprendedores sociales son desproporcionadamente efectivos en la creación de puestos de trabajo”.
“El emprendimiento social, además de crear puestos de trabajo, se asegura que éstos sean un motor para mejorar la calidad de vida de las personas. Por lo tanto, como emprendimiento es efectivo en la creación de puestos de trabajo, pero es desproporcionadamente efectivo en la creación de puestos de trabajo de alta calidad”, asegura Olga Porro.
En España existen más de 2,3 millones de trabajos vinculados a proyectos sociales, según el informe de Economía Social que presenta cada año el Ministerio de Trabajo, de los cuales 125.000 empleos son cubiertos por personas discapacitadas. Sin embargo dicho informe no se centra en las empresas sociales con las características de sostenibilidad financiera, ética de empresa, etc… sino que engloba el trabajo de todas las fundaciones, asociaciones, cooperativas, cofradías de pescadores, sociedades laborales y empresas de inserción social de España, por lo que sus resultados son poco orientativos para medir el impacto del emprendimiento social en el empleo.
Una oportunidad en tiempos de crisis
El emprendimiento social es siempre una oportunidad en tiempos de crisis puesto que se dirige a cubrir necesidades que pueden quedar desatendidas en épocas de carencias. Son los llamados negocios ‘en la base de la pirámide’. “Un profesor de Harvard – relata Braulio Pareja – decía que hay mil millones de personas que viven con un dólar al día. Si somos capaces de venderles un producto a un céntimo, la sostenibilidad del negocio está asegurada. Esto es, más o menos, lo que puso en marcha Muhammad Yunnus con los microcréditos. Su banco llegó a facturar 50 millones de euros”.
El previsible adelgazamiento del Estado de Bienestar en países europeos como España puede ser una oportunidad excelente para el empresario social, que pone su capacidad de innovación y movilización de recursos al servicio de la sociedad para dar respuesta a problemas que el estado del bienestar ya no puede resolver por sí solo.
“Los modelos viables de los emprendedores sociales pueden ser auténticas ‘pócimas mágicas’ en tiempos de crisis”, asegura Olga Porro, que considera que en un momento de replanteamiento del sistema capitalista establecido, los emprendedores sociales son de los pocos agentes económicos que pueden dar la mirada alternativa que se necesita para vivir en una economía más equitativa, humana y equilibrada. “Su potencial por crear impacto social a la vez que generar valor económico de una forma sostenible – continúa – es una de las herramientas más valiosas y sólidas de las que disponemos para ofrecer una solución a la crisis”.
La unión entre emprendedores sociales está facilitando el acceso a crédito y vivienda
Un buen ejemplo de cómo la crisis ha agudizado el ingenio de muchos emprendedores, es el caso de Jean Claude Rodríguez Ferrera, que ha creado un nuevo instrumento financiero a la medida del ciudadano de a pie: las comunidades autofinanciadas. Se trata de paliar la desprotección y el aislamiento que sufren los inmigrantes ante la crisis al carecer de redes familiares en nuestro país haciendo valer la fuerza de su número. De esta forma, uniéndose en comunidades donde el grupo responde por cada uno de sus miembros, extranjeros de más de 20 países distintos han logrado acceder a microcréditos y otras ventajas gracias a la asociación.
Otro buen ejemplo de ingenio para combatir la crisis es el proyecto de Raül Robert para facilitar el acceso a una vivienda a través de las Cooperativas de Uso, que se diferencian de las cooperativas tradicionales en que la propiedad nunca llega a ser del propietario, sino que reside siempre en la cooperativa. A través de la Asociación SostreCivic, Robert facilita el acceso de los ciudadanos a una vivienda de la que mantendrán su uso y disfrute de por vida a cambio de una cantidad de dinero inferior a la de mercado.
La entrada para la vivienda de una Cooperativa de Uso puede ser nueve veces menor que la de su precio de mercado y el ‘alquiler vitalicio’ que paga el inquilino oscila entre el 70% y el 90% de una hipoteca o un alquiler. Las ‘cooperativas de uso’ no se disuelven con la entrega de los pisos, sino que siguen funcionando activamente en vigilancia del bien que poseen – la vivienda – para que nadie pueda especular con ella.